Roma, agosto de 258. Tras el asesinato de Sixto II, el alcalde de Roma ordenó a San Lorenzo, diácono de Roma, que entregara
las riquezas de la Iglesia.
Lorenzo entonces pidió tres días para poder
recolectarlas y en esos días fue invitando a todos los pobres,
lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y
leprosos que él ayudaba. Al tercer día, compareció ante el prefecto, y
le presentó a éste los pobres y enfermos que él mismo había congregado y
le dijo que ésos eran los verdaderos tesoros de la Iglesia.
El prefecto
entonces le dijo: «Osas burlarte de Roma y del Emperador, y perecerás.
Pero no creas que morirás en un instante, lo harás lentamente y
soportando el mayor dolor de tu vida». Fue quemado vivo en una hoguera.
"Hijo, si te decides servir al Señor, prepara tu alma para la prueba"
Si 2,1
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