Un
niño tenía con mucha frecuencia reacciones llenas de ira hacia las
personas con las que se relacionaba, porque perdía la paciencia con
demasiada facilidad: sus hermanos, sus padres, sus compañeros del
colegio... todos eran objeto de su mal trato.
Una tarde, su padre le entregó un paquete lleno de clavos y le dijo:
- Cada vez que pierdas el control, cada vez que contestes mal a alguien, que insultes... clava un clavo en la puerta de tu cuarto.
En muy poco tiempo, la puerta estaba llena de clavos y él, cansado de clavar tantos clavos, fue donde su padre y le dijo:
- Papá, ya he aprendido la lección. He entendido que debo controlar mucho más y no perder la paciencia. Por cierto... ya no cabe ni un clavo más en mi puerta...
El padre fue con él a comprobar cómo había quedado la puerta y, en efecto, no cabía ni un clavo más. Le dijo:
- Me alegro de que hayas aprendido la primera lección.
- ¿La primera, papá? ¿Qué falta ahora?
- La segunda lección, la más importante: para aprenderla, es necesario que vayas a ver a todas esas personas a las que has contestado mal e insultado y que les pidas perdón. Cada vez que lo hagas, ven a tu puerta y quita uno de los clavos.
Esta segunda parte le llevó mucho más tiempo al niño. No era fácil pedir perdón... Pero lo consiguió y en unas semanas pudo decirle a su padre que ya había quitado todos los clavos de la puerta.El padre volvió a llevar al niño junto a la puerta y le preguntó:
-¿Qué ves?.
- Una puerta llena de agujeros, papá - contestó el niño, avergonzado.Y el padre le dijo:
- Has trabajado muy duro estas últimas semanas para lograr pedir perdón a todas las personas a las que habías tratado mal. Eso es muy importante. Pero igual que la puerta ya no será la misma, tu alma tiene cicatrices. Cada uno de esos agujeros debe recordarte que aunque pidas perdón y quites el clavo, que es lo que más duele, aún así quedará una huella indeleble. Esta es la segunda lección: cada vez que pierdas la paciencia y notes que la ira te invade, trata de recordar esta historia y piensa bien en las consecuencias de tus actos.
El
pecado deja una marca visible en nuestra alma. Podemos arrepentirnos,
restituir el daño,... pero el único que puede "arreglar"
del todo nuestra alma, es Dios a través de la confesión. Y así estaremos preparados para el Reino de los Cielos.
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